¿Sabías que Simbad el marino es uno de los cuentos que forman parte de Las mil y una noches? Aunque fue añadido a la famosa recopilación de cuentos recién entre los siglos XVII y XVIII, es todo un clásico que ha sido llevado al cine en muchas ocasiones, y también a la televisión en formato serie, ¡es probable que hayas visto alguna!
Simbad es un gran aventurero que realiza muchos viajes; el relato de estas aventuras es la estructura del cuento Simbad el marino, del que os traemos una adaptación. También podremos ver el cuento animado en vídeo, y os contaremos al final algunas curiosidades sobre Las mil y una noches.
ÍNDICE DE CONTENIDOS
Simbad el marino
Había una vez, en Bagdad, un joven mercante que transportaba sus mercancías por toda la ciudad. El joven se sentía agotado, porque cada día cargaba con sus pesadas cajas de una punta a otra de Bagdad, y a pesar de trabajar muchísimo, seguía siendo pobre.
Un día, al finalizar con su extenuante jornada de trabajo, se sentó a descansar junto a la puerta de una casa. Aquella casa pertenecía a un rico comerciante y el hombre, que estaba dentro, pudo oír cómo el joven se lamentaba de su mala suerte:
– ¡Trabajo, trabajo y más trabajo! ¡Solo eso es mi vida! Y al final del día sigo siendo tan pobre como el día anterior. Solo me alcanza para comprar algo de pan, ¡qué desafortunado soy!
El comerciante sintió pena por el muchacho, y decidió invitarle a cenar. El joven aceptó la invitación, y al entrar en aquella lujosa casa quedó maravillado: la mesa estaba servida con los más deliciosos manjares, y por doquier brillaban los mármoles, el oro y los tejidos refinados.
– ¡Qué maravilla! ¡Nunca había visto tanta riqueza señor mío! –exclamó el joven sin poder contener su asombro.
– Soy un hombre afortunado –respondió educadamente el comerciante– pero me gustaría contarte cómo he conseguido llegar a acumular esta riqueza. Al contrario de lo que se podría pensar, nadie me ha regalado nadie y yo también viví en la pobreza. Quiero contarte mi historia.
El comerciante se llamaba Simbad, y comenzó a relatar su historia al joven.
La historia de Simbad el marino
– Yo nací en una familia rica, y recibí una buena herencia –comenzó su relato el hombre– pero la malgasté llevando una vida poco juiciosa y a los pocos años ya no tenía nada. Entonces decidí embarcarme en búsqueda de fortuna.
– ¿Se hizo marino? ¡Cuántas aventuras habrá vivido? –exclamó entusiasmado el joven.
– Muchísimas, pero no creas que fue fácil. Durante mi primer viaje atracamos en una isla y encendimos un fuego; de repente el suelo bajo nuestros pies comenzó a moverse, y descubrimos aterrorizados que lo que habíamos creído un islote no era otra cosa ¡que una gigantesca ballena que había estado tanto tiempo durmiendo en la superficie que habían crecido plantas en su lomo!
– ¿Una ballena? ¡Increíble! ¿Cómo logró salvarse?– preguntó el muchacho maravillado.
– Mis compañeros y yo corrimos hacia el barco, pero la ballena comenzó a sumergirse y caí al agua. Mientras daba brazadas para no ahogarme vi como el barco se marchaba sin mí, con todas mis mercancías en él, pero por suerte pude subirme a un barril que flotaba cerca mío, y la corriente me llevó hasta un puerto desconocido. Allí logré que me admitieran en otro barco, y después de un tiempo, cuando atracamos en Bagdad, pude finalmente volver a casa. ¡Ese día me prometí que no me volvería a embarcar jamás! Pero…
– ¿Y cómo fue entonces que se hizo rico?– dijo el muchacho con curiosidad.
– Por hoy mi relato termina aquí –le respondió el comerciante– toma estas 100 monedas de oro y mañana, si quieres saber más sobre mi historia, regresa cuando termines de trabajar.
El muchacho se fue dando saltos de alegría, y lo primero que hizo fue comprarse unos nuevos zapatos y un buen trozo de carne.
Las aves y los diamantes
Al día siguiente, tal como habían acordado, el joven regresó a casa de Simbad. Después de cenar, el hombre retomó su historia.
– Mi segundo viaje fue todavía más extraordinario que el primero. Atracamos en una isla y nos dispusimos a buscar alimentos y agua; en ello estaba cuando vi un extraño objeto blanco y redondo, grande como una persona. Me acerqué para mirarlo mejor, cuando una enorme y extraña ave me aferró con sus patas junto con el objeto redondo y me llevó con ella hasta su nido. El ave nos depositó en el nido y se marchó, entonces me di cuenta de que aquel objeto ¡era un huevo! Cuando el ave regresó me escondí y esperé que se durmiera; entonces me amarré a sus patas, y cuando por la mañana se alejó volando del nido, me llevó con ella sin darse cuenta.
– ¿De qué ave se trataba señor Simbad? – preguntó el joven.
– Supe después que se llama «ruc«. Después de volar durante unos 10 minutos, el ave se posó en un pequeño promontorio sobre un valle. Solté las amarras y el ruc se alejó volando, dejándome allí solo. Al mirar hacia el valle que se extendía bajo el promontorio pude ver que el suelo estaba completamente cubierto de enormes diamantes. Y pude ver a lo lejos como algunos hombres, desde otras colinas y promontorios, lanzabas grandes trozos de carne hacia el fondo del valle; los rucs que vivían en las colinas más altas se lanzaban a recogerlos, y al levantarlos con sus patas se llevaban también pegados al trozo de carne varios diamantes. Cuando las aves llegaban al nido, los hombres las ahuyentaban y recogían los diamantes antes de que los rucs regresaran. Así que bajé hacia el valle y me amarré a uno de los trozos de carne. Un ruc me recogió y me llevó a su nido, allí guardé todos los diamantes que pude entre mis ropas y cuando llegaron los hombres me rescataron y pude volver a Bagdad, con una fortuna en piedras preciosas.
Cuando terminó la historia de su segundo viaje, Simbad dio otras 100 monedas de oro al muchacho y lo invitó a regresar al día siguiente.
La isla del gigante
El muchacho volvió puntual para seguir escuchando las historias del viejo Simbad el marino. Y como las noches anteriores, el hombre comenzó su relato.
– Aunque gracias a los diamantes de mi segundo viaje vivía cómodamente, mi sed de aventura seguía intacta, así que volví a hacerme a la mar. Esta vez llegamos a una isla donde vivía un gigante espantoso, con un solo ojo y una mirada aterradora, como de fuego.
– ¿Un gigante? ¡Qué miedo!
– ¡Ni siquiera puedes imaginarte qué ser espantoso era! Uno a uno se fue comiendo a todos mis compañeros, pero como yo estaba muy flaco ni siquiera me tuvo en cuenta. Cuando se quedó dormido, cogí una rama de la fogata que el gigante había encendido para calentarse, y así al rojo vivo como estaba, se la clavé con todas mis fuerzas en su único ojo. El gigante dio un aterrador alarido y comenzó a dar manotones en el aire, pero como no lograba verme pude escapar; corrí con todas mis fuerzas hasta llegar a una playa, con tanta suerte de encontrar allí un barco que estaba atracando. Rápidamente les conté mi historia y huímos de aquella peligrosa isla, pero cuál no sería mi sorpresa al descubrir que aquel barco era el mismo en el que me había embarcado en mi primer viaje y aún tenían mis mercancías intactas! Así que durante el viaje pude hacer buenos negocios, y regresé a Bagdad con una pequeña fortuna.
El joven estaba entusiasmado escuchando los relatos del intrépido marino ¡Cuántas aventuras había vivido ese hombre!… Al finalizar su relato, Simbad volvió a darle 100 monedas de oro al muchacho, a cambio de la promesa de que volvería al día siguiente.
Los viajes de Simbad el marino
Durante las siguientes cuatro noches, Simbad le contó al muchacho la historia de otros cuatro viajes, cada uno más extraordinario que el de la noche anterior. En el cuarto viaje termina en una isla de caníbales; en el quinto viaje las aves roc destruyen su barco y termina en una ciudad invadida por monos; pero siempre vuelve a la mar, y en su sexto viaje naufraga en una tierra repleta de piedras preciosas; en el séptimo viaje termina en una ciudad poblada por hombres que se convierten en aves, y conoce a su esposa -que no es una mujer-ave- y con ella decide regresar a Bagdad y pasar sus días en la calma y tranquilidad de su hogar, disfrutando de las enormes riquezas que ha sabido acumular con su astucia e inteligencia.
Cada una de las noches, antes de despedirse, Simbad regalaba al joven 100 monedas. Cuando llegó la séptima noche y Simbad finalizó su relato, se despidieron afectuosamente, y el viejo marino le dijo:
– Espero que hayas entendido, querido muchacho, que quien algo quiere, algo le cuesta. Cada uno forja su destino, ¡debes saber aprovechar tus oportunidades! Espero que sepas sacar provecho al dinero que te he dado y que todo lo que te he contado te sirva en el futuro.
El joven entonces comprendió que Simbad el marino había conseguido todo lo que tenía siendo valiente e inteligente, con esfuerzo e ingenio, pero corriendo riesgos y enfrentándose a desafíos que nunca hubiera imaginado. Ahora él tenía 700 monedas de oro, pero no podía malgastarlas; seguiría trabajando duro e invertiría el dinero para algún día, poder disfrutar de la misma vida tranquila y cómoda de su amigo aventurero.
Cuento infantil Simbad el marino en vídeo
Si queréis ver el cuento animado, os dejamos este vídeo con la historia de Simbad para ver con los peques.
Sobre Las mil y una noches
Como decíamos, Simbad el marino forma parte de la recopilación de cuentos tradicionales de Oriente Medio «Las mil y una noches». Esta recopilación de historias, en lengua árabe, se originó en la Edad Media. En Las mil y una noches hay cuentos tan famosos como Aladino y la lámpara maravillosa y Alí Babá y los cuarenta ladrones, entre otros.
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