Érase una vez un niño llamado Nico que no quería ir al colegio. Cada mañana, cuando su madre le decía que era hora de levantarse, él buscaba mil excusas:

—¡Tengo mucho sueño! —decía un día.

—¡Creo que me duele el dedo meñique! —exclamaba otro.

Su madre, que ya conocía todas sus artimañas, siempre respondía con paciencia:

—Nico, el colegio es importante. Aprenderás cosas increíbles, harás amigos y vivirás aventuras.

Pero Nico no lo veía así. Para él, el colegio era aburrido y no entendía por qué tenía que ir todos los días.

Un lunes por la mañana, mientras caminaba hacia la escuela con la cabeza baja y arrastrando los pies, algo extraño ocurrió. Al doblar la esquina de siempre, el edificio del colegio no estaba. En su lugar, había un castillo enorme con torres que parecían tocar las nubes y una gran puerta dorada que brillaba bajo el sol.

—¿Qué es esto? —se preguntó Nico, sorprendido.

Al acercarse, la puerta se abrió sola, y una voz grave y divertida lo invitó a entrar:

—¡Bienvenido, Nico! Te estábamos esperando.

Nico, intrigado, decidió entrar. Dentro del castillo, las paredes estaban llenas de pizarras mágicas que escribían solas, mapas que se movían y libros que volaban de un lado a otro. En el centro del salón principal, un mago con una larga barba blanca lo saludó.

—Soy el profesor Magnífico, director de la Escuela de Aventuras Extraordinarias. Aquí no solo aprenderás matemáticas y lengua, sino también a descubrir tesoros escondidos, resolver acertijos imposibles y hasta hablar con dragones.

—¿De verdad? —preguntó Nico, con los ojos abiertos como platos.

—Por supuesto. Pero para entrar, hay una condición: tendrás que aceptar cada reto con entusiasmo y usar tu imaginación al máximo.

Nico, emocionado por la idea de aprender cosas tan increíbles, aceptó de inmediato.

El primer reto fue resolver un enigma que abría un cofre lleno de lápices mágicos. Luego, tuvo que ayudar a un grupo de números a colocarse en el orden correcto para salvarlos de un acertijo caótico. Finalmente, con la ayuda de un mapa parlante, encontró un tesoro escondido en la biblioteca: un libro que contenía todas las historias que él mismo podría escribir.

Al final del día, Nico se dio cuenta de algo importante: aprender no era aburrido, ¡era una aventura! Cada nueva palabra, problema matemático o lección era como descubrir un mundo nuevo.

Cuando salió del castillo y miró atrás, el edificio del colegio había vuelto a ser el de siempre. Pero Nico ya no lo veía igual.

—Quizás la escuela no sea un castillo mágico, pero puede ser igual de emocionante —pensó.

Desde aquel día, Nico fue al colegio con ganas de aprender, sabiendo que, con un poco de imaginación, cualquier lugar podía convertirse en una aventura extraordinaria.

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