Érase una vez un emperador muy, muy presumido. Lo que más le gustaba en el mundo no era gobernar su reino, ¡no! Lo que realmente le encantaba era tener ropa nueva y elegante. ¡Se cambiaba de traje varias veces al día!
Un día, llegaron a la ciudad dos hombres astutos. Se hicieron pasar por tejedores y le dijeron al emperador:
— ¡Majestad! Tenemos una tela maravillosa, tan fina y especial que solo las personas inteligentes y honestas pueden verla.
— ¡Así es! Para los tontos o los que esconden algo, ¡la tela será invisible!
El emperador pensó: “¡Qué tela tan útil! Así sabré quiénes son los tontos de mi reino”. Y sin dudarlo, les dio mucho oro y les pidió que empezaran a tejer su nuevo traje.
Los dos supuestos tejedores montaron sus telares y fingieron trabajar día y noche, pero en realidad no había nada en ellos.
Pasó un tiempo y el emperador se puso nervioso.
— Me pregunto cómo irá la tela… ¡Pero no me atrevo a ir a verla! Si no la veo, ¡seré un tonto!
Así que decidió enviar a su ministro más viejo y honesto.
— ¡Ve a ver cómo va ese traje, buen ministro!
El ministro fue al taller de los tejedores y abrió los ojos bien grandes, pero… ¡no vio nada!
— ¿Seré yo tonto? — pensó — ¡No puedo creerlo! Pero no debo decirlo, ¡el emperador se enfadaría!
Entonces, con una sonrisa forzada, dijo a los tejedores:
— ¡Oh, qué colores tan preciosos! ¡Y qué diseño tan elegante! ¡Es maravilloso!
Los tejedores preguntaron:
— ¿Le gusta, señor ministro?
— ¡Muchísimo! ¡Dígale al emperador que estoy encantado!
Los tejedores, muy contentos, siguieron “tejiendo”. Al poco tiempo, el emperador envió a otro consejero. ¡Y le pasó lo mismo! No vio nada, pero fingió estar asombrado.
Finalmente, el emperador no pudo más y decidió ir él mismo con toda su corte. Llegaron al taller y… ¡todos miraban y no veían absolutamente nada!
— ¿Qué me pasa? ¿Soy yo tonto? ¡Esto es terrible! — pensó el emperador
Pero nadie se atrevió a decir nada.
— ¡Es la tela más exquisita que hemos visto jamás, Majestad!
— ¡Le sienta de maravilla, incluso antes de estar terminado!
El emperador asintió con la cabeza, fingiendo admiración.
— ¡Por supuesto! ¡Es… espléndido!
Los tejedores fingieron medirlo y ajustarle el traje invisible.
— ¡Ya está listo, Majestad! Es tan ligero que casi no se siente.
— ¡Y mírese al espejo! ¡Qué elegante está!
El emperador se miró al “espejo” (que no era más que aire) y puso poses orgullosas.
— ¡Es perfecto! ¡Mañana lo luciré en el gran desfile!
Al día siguiente, el emperador salió a la calle sin nada puesto, ¡pero todos fingían ver su hermoso traje!
— ¡Qué maravilla de traje!
— ¡Los colores son deslumbrantes!
Nadie quería parecer tonto. De repente, se oyó la voz de un niño pequeño:
— ¡Pero si el emperador no lleva nada!
Su padre intentó callarlo, pero la verdad ya estaba en el aire. Poco a poco, la gente empezó a murmurar:
— ¡Es verdad! ¡No lleva nada!
— ¡El niño tiene razón! ¡Está desnudo!
El emperador lo oyó todo y se dio cuenta de que lo habían engañado. Sintió mucha vergüenza, pero como el desfile ya había empezado, siguió caminando con la cabeza bien alta, fingiendo que llevaba su maravilloso traje invisible.
Moraleja: A veces, por miedo a parecer tontos o diferentes, no decimos lo que vemos y preferimos seguir la opinión de los demás, aunque no sea verdad. Es importante ser sincero y tener el valor de decir lo que uno piensa, ¡incluso si los demás no están de acuerdo!