Después de conocer qué paso en el cuento de Olivia y su fantasía, volvemos con una nueva historia para niños. ¿Os imagináis llegar nueva a un país totalmente diferente al vuestro? Esto es lo que le pasa a Amina, una niña que acaba de llegar desde la zona del Sáhara. Y claro, entre vivir en un desierto y aquí…¡hay muchas diferencias!. Todo es tan raro y tan nuevo, que la pequeña Amina tiene que adaptarse y surgirán problemas, especialmente con el agua. ¿Será capaz de solucionarlo?
En esta ocasión, la ilustración no es de Raquel Blázquez, sino de nuestra colaboradora Brenda Figueroa. Fue el primer trabajo que hizo con nosotros, así que le tenemos especial cariño a este dibujo y a esta entrañable historia.
Amina y el agua
Amina, con sus ojos oscuros y brillantes, como las noches del desierto, llegó a la clase de cuarto B una mañana de noviembre. El profesor les contó a todos que Amina venía del otro lado del mar, del Sáhara, una tierra árida y seca.
La sentaron muy cerca de la ventana. Al otro lado del cristal la lluvia caía con fuerza. Sobre la superficie transparente, las gotas de lluvia se deslizaban revoltosas. Amina, con sus ojos oscuros y brillantes, como las noches del desierto, las tocaba con sus dedos intentando atraparlas.
Qué diferente era aquello: el agua que caía del cielo, el viento helado que se le colaba bajo el vestido, la sonoridad cantarina de aquel idioma extraño que todos hablaban.
Todos menos Amina.
Así fue al principio: imposible entender a los niños, imposible resolver las cuentas que el profesor escribía en la pizarra, imposible demostrar que podía ser tan buena jugando al balón como la que más. Luego, con el tiempo, Amina aprendió aquella lengua cantarina. Supo resolver las cuentas interminables y nadie dudó nunca más de que sus pies habían nacido para jugar con el balón.Un día, el profesor anunció que aquel trimestre volverían las clases de natación. Cada martes, después de lengua, los niños de cuarto saldrían en fila hacia la entrada. Luego subirían al autobús y se dirigirían a la piscina municipal y nadarían durante una hora. Todos estaban excitadísimos.Todos menos Amina.
En el lugar del que venía no había casi agua, ni piscinas, ni mar. Por eso, Amina no sabía nadar. Así que cuando salió de los vestuarios con su traje de baño verde recién comprado y vio aquel enorme agujero lleno de agua, quiso darse la vuelta y salir corriendo. Era incapaz de meterse en la piscina. El agua le daba miedo. Era bonito cuando caía del cielo, o cuando se pegaba al cristal y ella podía seguir las gotas con el dedo. Pero ahí, en aquel agujero tan grande y profundo, el agua era un monstruo aterrador. Así que no se bañó.
Todos los niños encontraron muy ridículo que alguien le tuviera miedo al agua. Pero nadie dijo nada. Sin embargo, Amina volvió a sentir que todos la miraban de manera rara, como aquella mañana de noviembre en que había entrado en la clase por primera vez. Por eso, Amina se prometió a sí misma que aprendería a nadar, igual que había aprendido aquel otro idioma, y a hacer cuentas y a tantas y tantas cosas en los últimos meses.
Y lo consiguió. No fue fácil, pero lo consiguió.
– ¡Los has logrado, Amina! – le vitoreaban a coro sus compañeros el último día de las clases en la piscina.
Todos la habían visto esforzarse durante aquellos meses, luchar contra su miedo, mover con fuerza las piernas y las manos hasta conseguir flotar. Ninguno había tenido dudas de que Amina conseguiría nadar. Por eso le habían preparado una sorpresa.
Toda la clase se montó en el autobús y tras una hora de viaje, llegaron a su destino. Hacía calor y olía a sal. ¡Estaban en la playa! Amina dejó que sus pies se hundieran en la arena, una arena fina y caliente, como la de su tierra. Luego, alzó los ojos, oscuros y brillantes como las noches del desierto, y vio el mar por primera vez. Era precioso…
Amina sonrió y supo que ya nunca más tendría miedo.
Después, corrió con el resto de compañeros de clase y se sumergió feliz entre las olas.