Después de tantos cuentos de Halloween seguro que a más de uno se le ha quedado la sensación de que todo lo que pasa a nuestro alrededor tiene algo de mágico y de terrorífico. Lo mismo le pasa a la protagonista de nuestro cuento corto de esta semana.
Mariló es una niña que se pierde en un mercado de antigüedades y vive una extraña y misteriosa aventura.
La ilustración es de Raquel Blázquez y el texto de María Bautista.
Espero que disfrutéis mucho de este terrorífico cuento con un final que no es un final, sino una sugerencia. ¿Os atrevéis vosotros a escribirlo?
El cuento de la madeja de lana azul
La pequeña Mariló caminaba de la mano de su madre por el mercado de antigüedades de la ciudad. Por fin hacía frío y Mamá buscaba un viejo reloj de pared como el que había en su casa cuando era niña. Mariló llevaba en una mano su pequeño paraguas y con la otra agarraba con fuerza a Mamá con miedo a perderse en aquellos pasillos llenos de cachivaches.
Y es que a Mariló, el mercado de antigüedades le daba miedo, con todos aquellos extraños objetos viejos, cargados de polvo y de recuerdos:
1. Los relojes de cuco, con aquellos inquietantes pájaros que despertaban a cada hora.
2. Las muñecas de porcelana, con los ojos vidriosos y la tez tan fría como la de un muerto(o así pensaba Mariló que debían tener los muertos la piel, ya que ver, no había visto jamás con ninguno).
3. Los cabeceros de la cama con figuras femeninas de peinados extraños-
4. Las mesillas con olor a madera seca y cajones donde nadie sabía lo que uno podía encontrar.
Pero de repente, algo entre todos aquellos puestos de antigüedades le llamó la atención. Se trataba de un tenderete lleno de vivos colores.
– ¿Qué es esto? – preguntó Mariló a una vieja muy arrugada que tejía con dos agujas enormes.
– Son bufandas, bufandas de colores. ¿No te parece que este mercadillo es muy gris?
Mariló afirmó mientras sentía como Mamá tiraba de su mano para alejarla de allí. La vieja arrugada siguió hablando con su voz suave
– ¿No quieres probarte una?
Mariló, entusiasmada comenzó a rebuscar entre aquellas estupendas bufandas de colores brillantes.
– ¡Esta!
– El azul también es mi color favorito – exclamó la vieja. – Pruébatela a ver cómo te queda…
Mariló se enrolló aquella bufanda azul alrededor de su cuello y entonces sintió un leve mareo. Cerró los ojos intentando no caerse y cuando los abrió, la plaza donde estaba instalado el mercado de antigüedades estaba totalmente vacía.
– ¿Dónde está Mamá? ¿Y la señora de las bufandas? ¿Dónde está todo el mundo?
Mariló corrió asustada y tomó la primera calle que encontró. ¿Era su imaginación o aquellas casas parecían monstruos con enormes puertas-bocas que querían devorarla? Alzó su paraguas como si se tratara de una espada e intentó protegerse de aquellas casas-monstruo.
– Atrás, atrás, no os acerquéis, dejadme en paz.
Pero las puertas-bocas de aquellas casas se fueron haciendo más y más grandes, hasta que un portazo-mordisco la metió dentro de una de esas casas.
Mariló intentó buscar ventanas-ojos por los que escaparse pero pronto se dio cuenta de que no podía andar, algo la empujaba por detrás: la bufanda azul que le había dado la vieja se había quedado enganchado en el picaporte-lengua.
– ¡Maldita bufanda! Tú tienes la culpa…
Así que tiró y tiró de ella hasta que la bufanda azul se fue deshilachando, enredada en el picaporte-lengua de aquella horrible casa-monstruo. Cuando Mariló estaba a punto de convertir la bufanda en una simple madeja de lana sin forma alguna, un sonido estridente la sorprendió.
– ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Cliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing!!!!!!!!!!!!
La puerta- boca se abrió de repente y justo al otro lado, Mariló vio a dos niños de su edad vestidos de fantasma:
– ¡Feliz Halloween! ¿Nos das caramelos?
Mariló miró a su alrededor y descubrió que la casa-monstruo había desaparecido y que en su lugar se encontraba el confortable salón de su casa. ¿Lo habría soñado todo?
Entonces vio una madeja de lana azul tirada sobre el suelo y comprendió…
He leído el cuento de La madeja de lana azul y me ha gustado pero he observado un error de redacción «deben tener los muertos la piel, ya que ver, no había visto jamás *con* (debería poner: a) ninguno).» Y si el cuento fuese mío, en vez de «vieja arrugada» hubiese utilizado la expresión: «anciana arrugada» (mis hijos hacen mucho hincapié en que no son viejos sino ancianos).
La ilustración … preciosa.
Un saludo. María.