Había una vez un joven príncipe llamado Héctor, que vivía en un gran castillo rodeado de jardines y fuentes cristalinas. Aunque tenía muchos amigos y riquezas, su compañía favorita era su gata, Zapaquilda, una hermosa felina de pelaje dorado y ojos brillantes como esmeraldas.

Zapaquilda siempre estaba a su lado: lo acompañaba en sus paseos, dormía en su regazo y hasta parecía entender cada una de sus palabras.

—¡Eres la criatura más maravillosa del mundo! —le decía Héctor, acariciando su suave lomo—. ¡Si fueras humana, me casaría contigo!

Lo que el príncipe no sabía era que, en lo alto de la torre del castillo, un hada buena llamada Miraluna escuchó su deseo.

—Si ese es su verdadero anhelo, se lo concederé —susurró, agitando su varita.

Esa noche, una luz dorada envolvió a Zapaquilda, y cuando el sol salió por la mañana, ya no era una gata, sino una hermosa joven de cabellos dorados y ojos verdes.

El príncipe, al verla, no podía creerlo.

—¡Zapaquilda! —exclamó emocionado—. ¡Ahora eres humana! ¡Nos casaremos de inmediato!

El castillo entero celebró la gran noticia, y el día de la boda llegó muy pronto. Todo era felicidad… hasta que, en medio del banquete, ocurrió algo inesperado.

Un pequeño ratón cruzó la mesa, corriendo entre los manjares. Antes de que alguien pudiera reaccionar, Zapaquilda saltó sobre la mesa, atrapó al ratón con las manos y lo llevó a su boca en un solo movimiento!

Los invitados quedaron en silencio, asombrados. El príncipe, horrorizado, entendió que, aunque su amada ahora tenía forma humana, su corazón seguía siendo el de una gata.

Preocupado, Héctor corrió a buscar al hada Miraluna.

—¡Por favor, devuélvela a su forma original! —rogó—. Zapaquilda es mi amiga, pero su hogar no es entre los humanos.

El hada sonrió y, con un toque de su varita, la joven volvió a ser una gata.

Zapaquilda se estiró perezosamente y frotó su cabeza contra la mano del príncipe, como si le diera las gracias.

Desde entonces, Héctor aprendió que hay que aceptar a los seres que amamos tal y como son. Y aunque no pudo casarse con su gata, vivieron juntos felices para siempre, como los mejores amigos del mundo.

Fin.

5/5 - (4 votos)