En un rincón escondido del bosque mágico, los animales se preparaban para un gran evento: ¡el Concierto del Bosque! Todos los años, los habitantes se reunían para tocar, cantar y bailar bajo las estrellas.

Cada animal tenía un instrumento especial. El búho Sabio tocaba una guitarra hecha de ramas, el sapo Bombo tenía un tambor de hojas enormes, y el ciervo Danzarín hacía sonar una flauta de cañas. Pero había alguien que nunca participaba: Peque, un ratón tímido que decía no tener talento.

—No puedo tocar nada, soy demasiado pequeño —decía Peque, suspirando mientras veía a los demás ensayar.

El zorro Zas, que dirigía el concierto, se acercó y le dijo:

—Peque, todos tienen un don, solo tienes que encontrar el tuyo. ¿Por qué no pruebas con este cascabel?

Zas le dio un pequeño cascabel dorado, brillante como un rayo de sol. Peque lo tomó con duda, pero lo guardó en su bolsillo.

Esa noche, el claro del bosque se llenó de luces mágicas. Los grillos hacían de telón de fondo con su canto, y los luciérnagas iluminaban el escenario. Los animales comenzaron a tocar, pero de repente, ¡una gran ráfaga de viento apagó las luces!

—¡No podemos seguir sin luz! —gritó el sapo Bombo.

Todos se miraron, sin saber qué hacer, hasta que Peque sacó su cascabel y lo hizo sonar. Un tintineo alegre llenó el bosque, y las luciérnagas, curiosas por el sonido, volvieron a iluminar el lugar. Peque continuó agitando el cascabel al ritmo de la música, y los animales lo siguieron con sus instrumentos. El concierto no solo continuó, sino que fue más mágico que nunca.

Al final de la noche, Zas dijo:

—Peque, esta fue la mejor actuación de todas. Tu cascabel hizo que todo brillara.

Desde ese día, Peque nunca volvió a pensar que no tenía talento. Descubrió que, incluso siendo pequeño, podía hacer cosas grandes. Y en cada concierto del bosque mágico, su cascabel se convirtió en el sonido más esperado.

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